Evitemos el estado de emergencia
Estamos en estado de alerta y no hay nada que hacer para evitarlo, pero si para remediarlo. Esto va más allá de un interés individual o incluso social, esto va más allá de un interés patriótico o religioso. Esto es real y es el sistema económico-social en el que nos hemos envuelto el que da la facilidad para estar en alerta cuando algunos ya están en emergencia; el fenómeno no pudo ser contenido. ¿Qué clase de plan tan bien elaborado es esta enfermedad? No aplaudo sus efectos fatalistas, incluso les temo, pero se ha propagado de manera tan elegante que me tiene impresionado pues viene a romper esquemas.
Brotando en el país más exportador del mundo su difusión fue inevitable y comenzó a desequilibrar el sistema económico y su ritmo de producción “imparable” debido a la escasez de materia prima. Pero en esta sociedad de consumo, consumo masivo, consecuente de una masiva producción, en esta sociedad que no para porque el tiempo es valioso y cada segundo en el mercado puede significar una pérdida o una ganancia, la amenaza fue subestimada. La primera llamada no fue tomada con la debida seriedad por querer evitar el colapso económico a causa de la inercia qué el sistema aparentemente obliga a mantener. Los altos rangos no quisieron cortar ingresos y prefirieron por avaricia arriesgar la vida de los demás pues: “no era algo de gravedad”.
Primero pone en alerta el sistema económico. En segundo se enfrenta ante los sistemas religiosos con más poder de la época: dejando la fe de lado. Templos cerrados, actos litúrgicos cancelados, monjas infectadas, sacerdotes muertos, gente siendo enterrada sin sus seres queridos dando su adiós. La soberbia del rezo y del tener a Dios de su lado no fue suficiente para evitar el contagio. Esto conlleva bastante incertidumbre respecto al poder y la influencia que la religión ha tenido durante siglos. Ya no basta con orar para mantener la calma porque esto es algo real que requiere medidas reales. La segunda llamada no fue tomada con la debida seriedad por orgullo, por no poder detener el flujo de visitantes, por querer seguir jugando a la religión que tiene la cosmovisión verdadera incluso tras observar las consecuencias.
Aun cuando los casos confirmados se siguen esparciendo a nivel mundial, hay quienes creen que todo es una conspiración. Que la vacuna ya existe y que sólo es un plan para apoderarse de recursos o territorios entre naciones. El odio es tan grande que se está cerrado a escuchar razones y aceptar ayuda, trayendo con esto más propagación, más miedo, infectados y muertes. Concibiendo un atraso de consciencia no se consideran los consejos. En ciertas ocasiones no hay tiempo para rituales. ¿Está tan arraigada la costumbre funeraria que seguimos ampliando cementerios aun exponiéndonos? ¿Realmente es más valioso el acto sacro en primera y segunda persona que la seguridad y la salud de terceros?
Estamos tan atrapados en los estilos de vida que se nos han impuesto y en las experiencias que se presentan a la vuelta de la esquina, por miedo a perdernos de algo especial y gratificante, que llegar a la anhedonia es inevitable a pesar de ser bombardeados de estímulos, pues dichas actividades producen tolerancia. Se nos ha acostumbrado a querer lo inmediato, lo novedoso, lo de moda, lo socialmente venerable y la ausencia de ello genera preocupación, ansiedad e incluso arrepentimiento. La depresión es un motor de actuar impulsivamente por el hecho de estar arrutinado o por la ausencia de hábitos. Y en este caso, cuando se ha pedido el distanciamiento social y tomar precaución, la población en general lo ha tomado como medidas exageradas. Los medios comenzaron a gritar que el lobo venía y estaba cerca, pero la gente ha dejado de creer en ellos, los primeros intentos fueron en vano.
Como seres en busca de aceptación que somos, colocando a artistas, famosos o influencers en pedestales como modelos a seguir, el mayor reto es el aislamiento. “¿Cómo me voy a perder el concierto de este viernes? La epidemia no es tan grave, no ha llegado por acá y ya me he comprado el boleto”. “Vamos a la presentación, no pasa nada, sólo afecta a personas mayores. No me lo puedo perder, quién sabe cuándo volverá y es mi artista favorito”. “¡Anda! vamos a la reunión que igual somos gente sana y no estará nadie infectado. Además, mi seguro de gastos médicos me respalda en caso de infectarme al igual que el tuyo. A nosotros no nos pasará nada y quiero divertirme unas horas. Es fin de semana, hay fiesta y lo merecemos”.
Es curioso que el virus se propago a nivel mundial a través de las clases sociales altas, dejando sin defensas incluso a los más afortunados. ¿Qué puede hacer tu dinero si no existe vacuna? Sólo controlar la enfermedad esperando la cura. Pareciese que el virus se ha aprovechado de la globalización misma para esparcirse entre las personas desde las clases altas hacia las bajas. Desestabilizando los sistemas económicos, religiosos y sociales. Esta vez el pobre, si no estuviera en la ignorancia o en la necesidad de seguir trabajando, podría discriminar al rico por estar infectado. Esta vez el adinerado que se tomó unas vacaciones o el trabajador que viajo por negocios están en la mira. El cuasi-influencer es mal visto por no acatar una orden tan simple como es quedarse en casa para evitar la propagación. La tercera llamada no fue tomada con la debida seriedad, por un lado, por la necesidad de mantener una actividad económica, sacando provecho hasta del último momento en sectores fuera de las necesidades básicas y por darse a notar como ente individual valeroso y despreocupado ante los demás a pesar de estar enterados de la situación.
Definitivamente, se ha realizado un esfuerzo a nivel mundial a pesar de las diferencias entre países, generando estrategias de prevención, compartiendo los datos en tiempo real para traer alarmas con tranquilidad y generar confianza entre la gente. Sin embargo, la forma de propagarse del virus hace difícil de rastrear a los portadores y a quienes estuvieron en contacto con ellos. La distancia social es la mejor recomendación.
Es el momento de sacar el máximo provecho a los avances tecnológicos: a las redes sociales, a los servicios de streaming en directo, a las innovadoras soluciones que ofrece la realidad virtual. El aislamiento puede ser abrumador porque se nos ha enseñado a estar siempre bajo influencias externas: siempre escuchando algo en segundo plano, con nuestra atención dispersa en automatismos, alejados de nosotros mismos. ¿Cómo se hubiera reaccionado a dicha amenaza bajo una cultura de introspección y prácticas meditativas?
El virus ha venido a replantear la forma en que vivimos y en que convivimos a nivel global. Quizá el pánico es un factor secundario que se ha podido controlar. No obstante, la desinformación e ignorancia ayudan a su crecimiento: el escepticismo y el humor despreocupado en esta ocasión se combinan para propagar la enfermedad. El meme causa una risa que enferma al prójimo en la distancia: lo desmoraliza y lo mantiene en el margen del estado de alerta, en la línea delgada que separa al contagiado del sano.
El coronavirus ha llegado con todo a desestabilizar las potencias que mantienen su rivalidad, a poner en duda las creencias tanto religiosas como de los medios de comunicación; desglorificando a falsos ídolos.
Pero no todo son malas noticias, pues está ayudando a dar un salto en los beneficios del individuo cibernético poniendo en práctica la solidaridad ajena a los medios que algunos años llevan el mando de lo que rige en el mundo en general. Se está creando consciencia sobre los efectos de la producción masiva en el planeta y la contaminación que conlleva: era necesario el paro para notar la diferencia y no poder negarla. Era necesaria la escasez para reconocer las fallas en una economía monolítica y la urgencia de un mercado distribuido.
Países, aún tercermundistas, comienzan a utilizar maneras “modernas” de trabajar y de educar. El trabajo desde casa debería ser implementado con pandemia o sin ella, pero el empleador sigue pensando que si su empleado no está por horas en la oficina le está robando dinero.
Es necesario dar ese paso a nivel de consciencia individual y colectiva para obtener lo mejor de esta situación, para evitar caer nuevamente en una trampa que nosotros mismos, como sociedad consumista hemos colocado. Debemos generar empatía y dejar de posicionar al “Yo” sobre el “Nosotros”. Levantarnos y seguir adelante es una obligación pues hemos caído aun cuando no hemos tocamos fondo; no es necesario llegar al extremo para dar el paso en la dirección correcta.
Los fallos están siendo analizados y si el paso victorioso se da en la dirección que se llevaba será rechazado con obviedad por todo aquel que ha despertado en este momento histórico.
Dirijamos esta situación hacia una revolución de consciencia por un mundo mejor para nosotros como para los demás seres vivos. Alejémonos del especismo y dejemos por un lado el egoísmo del ser humano. Hagamos notar que el avance tecnológico no es únicamente para satisfacer nuestras necesidades sino para mejorar la calidad de vida del planeta en general.
¿Qué clase de plan tan bien elaborado es esta enfermedad? Porque busca reestructurar la forma en que coexistimos sin que los sistemas de poder puedan hacer algo al respecto pues estos han sido los primeros afectados. Hoy los dioses tienen fiebre, el sistema económico dificultad para respirar y tanto las clases altas como los medios de comunicación convencionales han propagado la enfermedad con su tos al querer proyectar que no pasaba nada. Estamos en estado de alerta, tomemos medidas, detengamos la propagación y evitemos el estado de emergencia.