Insignificante

Serzen Montoya
8 min readOct 3, 2021

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¿Cuál sería la palabra que podría describir mi existencia comparada con la inmensidad del cosmos?

Agobiantes pensamientos de crueles dudas existencialistas me han robado el sueño desde que gozo con la libertad de pensar en soledad, alejado de la compañía de mis iguales. Dichas reflexiones me han quitado las horas y los minutos que apriorísticamente dedico a la relajación mental.

¡Aborrezco mi existencia!

Esta no tiene un motivo decente, sólo soy un ser indiferente nacido para el sufrimiento. De un despreciable valor en facultad de mi creador. Irónicamente, no hay una sola razón constituyente para ser, además de mi angustia existencial. ¿Habré sido creado para estar en constante juicio inextricable y con un jurado sin veredicto estable?

Alguien dijo alguna vez, El propósito de la vida es tener una vida con propósito, para lo que con una burla sarcástica yo respondo regresando la sentencia a modo de pregunta: ¿Que el propósito de la vida es tener una vida con propósito?

¿Para qué tomarse la molestia de idear un propósito si todo va a fallar?, el fracaso es inminente, está declarado desde el instante en que reconocemos y comprendemos que un día nos llegará la muerte, ese momento en el que de manera agonizante se nos será privada la vida. Donde todo lo inconcluso, inconcluso quedará. Donde todo lo pensado se olvidará en la nada. Donde se perderá todo esfuerzo y dedicación.

Cada vez que una nueva idea me es regalada por la gracia y compasión de mi raciocinio (esto con declarada espontaneidad) solamente me hace entender, me otorga el saber de qué he pensado una nueva manera de fracasar, un nuevo método para fallar.

Tal vez es fácil para algunos, pero a diferencia de lo no esperado, mi persona es vulnerable a caer en el mismo hoyo, tropezar con la misma piedra una y otra vez, sin aprender a encontrarme con la frustración y portarla para evitar que el sufrimiento se apodere de mí.

Sé que volveré a pecar en las mismas formas que anteriormente he pecado. Volveré a los mismos vicios que tantas veces pienso he superado. Volveré a los malos hábitos, a mis malas costumbres de odiar, de sembrar la discordia, de herir con mis palabras y matar dentro de mis sueños, en aquella habitación privada de mi mente, prohibida para los extraños y escondida en la profundidad de su vasto territorio metafísico.

Estoy condenado a lo malo con aspiraciones de lo bueno. Me aficiona el bien, pero pertenezco al mal. Soy esclavo de los errores, de lo desacierto, de lo falso y lo inexacto. Soy un poeta de las malas decisiones. Estoy preso en mi razón perdida; me invade el descuido y la mentira.

Hoy en mi cabeza hay un funeral: mis pensamientos están velando y observando a mi muerta consciencia, sosteniendo velas de colores; velas rojas pensadas para el amor, velas verdes pensadas en la salud y velas blancas para la serenidad. Pero, ¿dónde están las velas negras? ¿dónde está el esoterismo que bien merecido representaría mi defunción? ¿será que mis pensamientos no buscan revivirme, con esto, prefiriendo someterme a un falso ritual de paz, a un conjuro de malograda salud y mucha más que fingido amor?

¡Discrepo totalmente! Todo eso es falso. Yo busco lo real, lo que mi memoria me ha enseñado, lo que mis sentidos han comprendido y mi consciencia ha meditado. Busco deambular eternamente lamentándome por los falsos fundamentos de mi origen; harto a consecuencia de mis vanos esfuerzos, fastidiado de logros ilusorios y cansado de andar tras mis erratas.

La vaga interpretación de mi tan alterada percepción, y no alterada con habilidades supernaturales de las cuales pudiera alardear, sino con hipersensibilidad a mi existencialismo, trastornado por mi libre albedrió y su idílica forma de cuestionar todo cuanto existe a mi alrededor. Porque si no estuviera algo o alguien para hacerme reconocer que estoy ahí, en tal lugar y en tal tiempo, ¿cómo podría comprobar mi propia existencia?

Tras demostrar tan fuerte susceptibilidad, ¿cómo podría no dudar de mis sentidos que me atemorizan por las noches, dibujando sombras ininteligibles en el misterio de la oscuridad? Sombras que puedo ver y sé que me ven, que me escuchan y me sienten; sombras que me desean.

No es posible dominar fuerzas fuera de nuestra percepción. No existe tal fuerza de voluntad. La voluntad no posee solidez, contrariamente es bastante frágil, no opone resistencia cuando es sometida.

El uso de mantras enfocados a atraer los objetivos es inútil, sólo provocan la concitación de lo pernicioso, de lo maligno. Por más que algo se desee; por más que algo se practique, no se cambiará el curso del flujo de energías ulteriores a nuestra percepción. Considerando lo anterior como un poder fuera de nuestro control interno y externo; una fuerza altamente propensa a lo pérfido; dispuesta a dañar sin remordimiento.

Es evidente entonces que las “malas energías”, tan pronto como lo ven necesario, disfrutan de mostrar su presencia, por decirlo de una manera, al momento en que la fe está por mover la montaña. Cabe agregar que no existe dicho poder para nosotros. No fue planeado para el uso del ser humano. No existe esa fuerza que nos ayuda a alcanzar lo que deseamos, no somos merecedores de tal don amplificador de voluntad y canalizador de fines.

El universo no conspira a nuestro favor; lo hace en nuestra contra. El mismo, por su creación en el caos y en el desorden de la materia y sus enlaces, sólo busca venganza, ¿Por qué querría ayudarnos? ¡Venganza!, eso es lo que quiere. Una venganza pasajera pero placentera sobre cada una de los seres con consciencia. Torturando con una ilusión benigna de un inicio; una creación y atormentando con una realidad maligna mediante un fin; una destrucción. Otorgando vidas y festejando el decurso a sus inminentes muertes ya escritas con gran anticipación.

Entonces, hechos los planteamientos anteriores, retomando mi constante y obstinado quebrantamiento filosófico existencial y los efectos del mismo, surgen las siguientes cuestiones pesimistas: ¿Qué razón hay en ser si se dejará de serlo? ¿Realmente habrá buenos efectos en alguna de nuestras causas? ¿Es, en sí, de algún modo gratificante el mantener nuestra vitalidad a costa de energía, materia y espacio?

Como ya se ha aclarado, todo cuanto somos, al igual que el agua de una cascada que sigue su flujo en caída sin saber de cuánto es su reserva, sin tener la noción de por cuánto tiempo podrá abastecerse, algún día cesará. En este propósito, si la cascada fuera dotada de consciencia y reconociera que en un periodo de sequía prolongado podría agotar su energía y sus reservas, comenzaría a buscar medios para evitar tal catástrofe. Aun así, bastaría con una simple lluvia para regresar la vida a esa maravilla visual, para revivir el flujo en su cauce, — ¡vaya momento el de ver a una cascada renacer! — pero una vez muerto, ¿cómo se reanuda nuestra vida? Una vez que la última gota de nuestra existencia se evapora para dirigirse a un punto ulterior al nuestro, ¿cómo se condensa para volver del cielo a la tierra?

¡Nuestro fin es inherente! Cuando nuestra existencia se desvanezca, se dejará de ver, de pensar, de sentir. Se dejará de existir y para eso, nuestra vana existencia será olvidada, no borrada, porque el tiempo nunca olvida, pero si remplazada sin esfuerzo con un ápice de nueva realidad, de un nuevo ciclo consiguiente a lo que fuimos.

¿Y qué tal Dios?

Si Él existe sólo se divierte viendo desde el plano dimensional donde se encuentre, observando una y otra vez como me auto-torturo con mis ideas, con mis lamentos. Reproduciendo los momentos en que surgen mis anhelos hasta el momento en que son destrozados por la dura y pertinente realidad que Él, quizás no creó, pero si domina.

Si Él está ahí y es un ser de luz, ¿por qué no me ilumina? ¿es necesario el ruego y la plegaria? ¿no le es suficiente mi fracaso persistente y mi agobiante frustración? ¿no se siente venerado por mis días de soledad y alabado por mis noches de ritos mentales?

Todo lo que anhele, ya sea por tener o por hacer, todo lo que desee está fuera de mi alcance, muy lejos de mis posibilidades. Y no por falta de motivación o de preparación sino por esa conspiración imperecedera entre Dios y el universo contra las dimensiones del espacio y tiempo donde me encuentro atrapado.

Ciertamente he intentado motivarme y me preparó día a día. También reconozco el menester del ominoso sacrificio para obtener el logro, la recompensa, para conquistar las codiciosas ambiciones. Aun teniendo en cuenta eso, lo aborrezco más que a mi existencia y esto por el hecho de que a pesar de que he ofrecido generosas y jugosas ofrendas, grandes porciones de mi vida mediante rituales inconscientes para el éxito, pactos para triunfar, únicamente he presenciado densos holocaustos, donde se ha dado muerte con lujo de detalle, pues me quedan esos tristes y traumatizantes recuerdos de decepción y vertiginosa frustración, a cada uno de mis sueños, a cada una de mis metas e ilusiones. Todo mi futuro ha sido cruelmente masacrado dejándome sin rumbo.

¿Por qué he de seguir caminando si no sé a dónde me dirijo? O bien, dicho de otra manera, ¿Por qué si no existe un destino he de seguir gastando mis energías si sólo estoy vagando?

La fuga de mi espíritu y el deterioro de mi voluntad son inherentes a lo, poco o mucho, que me queda en esta realidad, así como su malaventurada y crónica degeneración es inminente.

¿Cuánto más de existencia he de sacrificar? ¿Cuánto tiempo, cuanto esfuerzo necesito para lograr resultados verdaderos, para obtener respuestas certeras y recompensas duraderas?

Ya he dejado la concupiscencia, no busco lo material ni lo terrenal, quiero complacer a mi espíritu, sanarlo. Quiero revivir a mi consciencia herida a muerte por tanta desilusión en el presente, por tanta alusión a mi pasado y tanta duda por el porvenir.

Quiero estar estático en mis pensamientos y, aun sea por un efímero momento, sentirme lleno, sentirme pleno, sentir que nada necesito, sentir que estoy bendito. A pesar de que siempre he querido ser un ser de luz pareciere que la oscuridad me ha elegido. Pareciere que esa decisión nunca ha estado en mis manos y nunca lo estará.

Esta reina de la noche que me ha mantenido en ceguera constante, me ha distorsionado los caminos, me ha hecho creer que yo siempre he estado al volante dirigiéndome a lugares sin una ruta para el regreso. Cruzando puntos sin retorno en cada instante hasta llegar a lo que soy:

Un ser triste, deprimido y por ende desilusionado de la vida, con grandes dosis de locura y ansiedad, visionario de un futuro que nunca será alcanzado. Un ser malogrado, que naufraga en un mar de malas decisiones y opiniones. Un ser estropeado, que se hunde en un lago de constantes fracasos. Un ser con vastas cicatrices, con grandes heridas en el interior como en el exterior, un tanto tangibles, un tanto etéreas. Con un dinamismo en mi comportamiento y un corazón de nieve, aterido por el frio que ha alcanzado, y además fácil de moldear. Un ser que vive en la lujuria, pero sueña con volver a amar; que añora lo olvidado; que desea regresar y seguir atado a aquella remembranza, efectuar de nuevo la alabanza. Un ser con fantasías inalcanzables inspiradas en lo desconocido, en lo decrepito de mis razones y en lo sofocante de mis emociones. Un ser nimio, despreciable y sin importancia, que ciertamente morirá y sin más será recordado, empero, con el paso del tiempo mi memoria cesará y mi existir será totalmente olvidado.

Mi esencia perecerá puesto que se apagará su luz sin transcendencia alguna. Mi consciencia se reunirá de nuevo con el universo, echada en una cuna lejos de lo adverso a esperas del nuevo ciclo y su decurso, de mi siguiente era y su vacío existencial. Por tanto, y adhiero sin reservas, me veré una y otra vez inmerso en el deseo de instar la misma y beligerante controversia en mi esencia congelada:

¡Aborrezco mi insignificante existencia!

¡Aborrezco mi espíritu!

¡Aborrezco mi consciencia!

¡No hay razón de ser!

Insignificante.

¡Esa es la palabra!

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Written by Serzen Montoya

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